domingo, 19 de febrero de 2017

Los hombres de verdad

Supe, oí, me contaron que buscaba sin descanso, ya sin aliento, una mujer inteligente, fuerte, independiente, maestra y sabia, segura. Decidí convertirme en eso que él anhelaba con todas sus fuerzas,y no me fue difícil, quizás porque ya lo era en parte, pero sólo en parte. Con algo de arrogancia añado que no tardó un instante en fijarse en mí, claro, yo era ahora lo que él ansiaba. Muy pronto llegaron las conversaciones de madrugada, cargadas de erotismo poco censurado, yo era su más lujuriosa fantasía hecha carne y piel. Dominante, intelectual, exitosa, experimentada, le faltaba babear. Para mí era divertido interpretar aquel papel, tenía algo de mí misma, aunque poco. Era gracioso que se dejara llevar, inseguro, sudoroso, veía en sus ojos el deseo voraz contenido por la timidez y el miedo a defraudar. Era yo quien marcaba las reglas, quien frenaba y aceleraba, él se limitaba a sorberme con la mirada sin dejar ni gota de mí.

Pero, a menudo, mi vida se retuerce y me sacude, y en una de esas convulsiones, la máscara se me aflojó y empezó a resbalarse nariz abajo. Me sorprendí una tarde desnuda, con las rodillas temblorosas, y una lágrima que contenía la amargura de la soledad en compañía cayó y salpicó. Tuvo que notarlo, porque arrugó las cejas y su lengua engendró con profundo desprecio "Las mujeres de verdad no lloran".


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